Óleo del maestro José Higueras (la fragua) merecedora de grandes premios internacionales.
Golpe a golpe el herrero da
forma al trozo de hierro candente. Mueve el martillo con toda seguridad y destreza.
Está acostumbrado, desde niño ha estado al lado de su padre aprendiendo el
oficio. Ahora también él tiene el pelo lleno de canas a consecuencia de los
años.
El hombre recuerda su
infancia, una infancia difícil como la mayoría de aquella época, eran años de
escasez sobre todo por los pueblos de la meseta castellana, en cambio él la
recuerda como muy feliz.
También es verdad que el
estar en un pueblo era muy distinto, la cosecha del campo y los animales de corral no faltaban, y cuando
el frío estaba en el cenit alrededor de navidad llegaba la matanza del cerdo,
eso daba un desahogo en las casas. Si no eran muchos de familia, de todas
formas según la “categoría”, con más o menos “poder” así mataba de cochinos. Eran
días de fiesta y jolgorio.
La fragua en un principio
estuvo instalada en un lugar estratégico, cerca de la carretera o camino por dónde pasaban los
carros, los animales que tenían necesidad de herrar. Con el paso del tiempo
tuvieron que cambiar la ubicación ya que se había quedado en el mismo centro de
la pequeña villa.
La fragua siempre ha tenido
una tradición, ha ido pasando de padres a hijos desde algunas generaciones atrás.
Pero siempre ha conservado ese sabor antiguo con toques de modernidad. Con los
tiempos han tenido que ir acoplando aparatos nuevos, acordes a los mismos
aunque les haya gustado guardar aquellos ancestrales que todavía se encuentran
en ella.
Ya no tiene el fuelle que
aviva el fuego de la cocina dónde se calienta el hierro. Ahora es un “molinillo”
eléctrico, seguramente mucho más práctico que estar moviendo aquel enorme y
pesado aparato.
Claro que hoy tampoco se
llevan a cabo los mismos trabajos en la “herrería” ya no pasan equinos por los
caminos, se han transformado en coches.
Ahora se trabaja el hierro dando formas maravillosas
para adornar, decorar o “cerrar” nuestras casas. Artesanía pura, golpeando,
forjando los hierros al rojo.
Todo cambia y también como
no podía ser menos las fraguas. Ya nadie pasa, ni va, ya no se tienen animadas
tertulias con las gentes del lugar, tampoco los niños llevan un asa de cubo a
escondidas para que les hagan “rejos” con el que jugar en la calle con otros
niños. Todo eso termino para pasar a unos tiempos de “digitalización”. Quizás
mucho más fríos, menos peligrosos pero no tienen el calor, el sabor de la amistad desde pequeños.
Higorca
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