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LA EPIDEMIA AZUL

LA EPIDEMIA AZUL
Portada: Higorca

Vídeo obras de José Higueras "el pintor de la luz"

lunes, 18 de junio de 2012

PASEO

Óleo del maestro: José Higueras Mora - Titulo Ciudadela



Caminaban por la playa. Cogidos de la mano. Dejando que las olas besaran sus tobillos. Era una caricia para sus desnudos pies. El agua estaba caliente y era un maravilloso atardecer.
En el mar se notaba una placentera paz. Estaba tranquila, quieta, tanto, que… más que agua  parecía un maravilloso espejo. Hasta esos últimos rayos de sol no se querían despedir sin dejar en el horizonte unos toques plateados.
Era una hermosa tarde. Atrás habían quedado los malos ratos, el dolor sentido al darse cuenta de toda la crueldad que guardaban “aquellos” que ellos creían unos seres nobles y buenos. Un desengaño más.
Una suave brisa hacía que la melena de ella se moviera al mismo compas que la falda blanca y fina que ella llevaba puesta. En la tenue sombra se reflejaban aquellos ondulantes movimientos semejantes a una danza, a una bailarina sobre el escenario. En realidad era el escenario de la vida.
Mientras caminaban y miraban como se alargaba y disminuía la sombra, hablaban de todo lo pasado. Eran tantas cosas, tantas vivencias, que todo se agolpaba en su cabeza, en su voz. En querer contar todas a la vez para que no se pudiesen olvidar.
La playa era larga, tenía unos cuantos kilómetros. Todos los días desde que habían llegado recorrían un buen trozo. Les había venido muy bien, se habían renovado, ahora tenían la mente mucho más clara. Empezaban a sonreír, sus facciones habían juvenecido. Eran distintas.
Estaban cerca del muelle, les gustaba llegar hasta el lugar dónde  atracaban aquellos transatlánticos cargados de gente, muchos de aquellos pasajeros bajaban a visitar la ciudad, otros se quedaban mirando desde las pequeñas terrazas del camarote. Aquel se notaba que iba a pasar la noche en el puerto.
Miraron a lo lejos, vieron como otro enorme barco se acercaba para atracar. Parecían ciudades en el agua. Ellos estaban al otro lado. También aquella visión les recordó un tiempo pasado, cuando ellos eran jóvenes y podían hacer largos viajes. Se miraron. Dejaron los pies clavados en la mojada arena.
Eran unas visiones preciosas, unos recuerdos inolvidables. Un volver a los años jóvenes.
Ella contemplo largamente al hombre que tenía a su lado. Vio su pelo color plata, su corta melena ahora todavía era más rizada que en la juventud. Le paso los dedos por aquellos rizos, acariciando tiernamente aquel suave pelo, parecía de seda. Lo beso en los labios.
Fue un beso fugaz como aquellos que se daban en público cuando eran casi unos niños. Eran unos besos tímidos, a escondidas de todos los ojos. También en esa playa había sido así, como temiendo que alguien les pudiese ver. Miraron a su alrededor y se pusieron a reír.
.- Que tontería, nadie nos puede ver, estamos solos en esta inmensidad, además ya somos mayores ¿verdad? ¡Qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Cuántas cosas vividas! Al final hemos venido a parar al mismo lugar de dónde salimos.
Siguieron caminando, notando el agua sobre sus pies, en las manos las sandalias que de nuevo habían cogido.
Suspiraron profundamente. Llevaban muchos años juntos. Se conocían muy bien, tanto que a veces hasta se sorprendían pensando las mismas cosas. Nunca había muerto el amor, la ilusión, la complicidad, entre ambos. Echando la vista atrás ¡Qué aprisa se habían pasado los años! Siguieron por la orilla de la playa. El mar Mediterráneo besaba los pies desnudos. Los pies que tantos kilómetros habían pisado, que tantos lugares habían visitado.

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