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LA EPIDEMIA AZUL

LA EPIDEMIA AZUL
Portada: Higorca

Vídeo obras de José Higueras "el pintor de la luz"

sábado, 2 de junio de 2012

EL RITUAL

RITUAL DE CAMUÑAS - Óleo del maestro José Higueras


En la plaza de la pequeña villa se reunían un grupo de hombres para celebrar el ritual. Se vestían con las mejores galas de la época, y salían a la calle para dar culto a Dios. Siempre les tapaba la cara una careta que ellos mismos en las noches de invierno se fabricaban. Era la mejor forma de que nadie les conociera.
También era un lugar secreto donde se vestían ya que salían de casa con una ropa distinta y ni aún sus mujeres sabían dónde celebraban sus ocultas reuniones. Claro que, ellas esos días intentaban no salir a la calle ya que era cosa simplemente de hombres.
Es verdad que entre ellos se podía encontrar una “madama”. Claro que era un hombre disfrazado de mujer que iba bailando y tocando unas “castañetas” o castañuelas.
Este grupo o hermandad, se hacían llamar el bien, o danzantes. Después de un buen refrigerio, bien cena o comida, salían a bailar por las calles al son del tambor, las porras y las castañuelas, sosteniendo en las manos una vara terminada con un penacho con cintas de colores.
Al mismo tiempo, otro grupo se reunía en otro rincón del pequeño pueblo. Estos eran totalmente distintos. No creían en ese Ser Omnipotente.
Se mofaban de aquellos que veneraban, que entraban en la iglesia, que recibían la Eucaristía y cantaban alabanzas. Ellos solo tenían una creencia. La  guerra.
También estos llevaban careta, destacándose por llevar dos cuernos que los tapaban con cintas de colores. Era como si alguien colgara trofeos en ellos.
Al igual que el otro grupo todas sus reuniones eran secretas y nadie sabía dónde y cuando eran.
Se denominaban pecadores. Impíos. Por tanto eran considerados el mal. De vez en cuando alguno de ellos pedía perdón, se redimían. Quizás acosado por la propia familia. Para eso salían de la fila, de entre ellos, gritando, ululando como si en realidad fuesen el mismo demonio. De pronto se ponían a correr hasta llegar donde estaba la cruz y la Custodia se quitaban la careta y cayendo de rodillas, pedían el perdón necesario para poder ser mejor persona. Para poder incorporarse a una vida distinta, a una familia normal.
Estos, los que pertenecían al mal, tenían una forma muy peculiar de entrar en la hermandad, en el grupo.
Un día que ellos determinaban, se levantaban al alba. Antes de que las primeras luces señalasen sus sombras. Armaban un patíbulo donde se subía el más de los ancianos del grupo. Aquellos que querían iniciarse en la hermandad, subían detrás de aquel llamado “maestro” y después de dar unos cuantos bastonazos sobre la espalda del muchacho simulaban que le ahorcaban. Después de mojarlos hasta los huesos para purificarlos, les daban las ropas necesarias para que se incorporaran a la hermandad.
De esa forma año tras año iban celebrando el ritual. La época era la más idónea para ello. Era el periodo medieval, donde los hombres poseían toda la fuerza, la sabiduría, y, las mujeres servían más bien poco, simplemente para diversión de ellos.

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