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LA EPIDEMIA AZUL

LA EPIDEMIA AZUL
Portada: Higorca

Vídeo obras de José Higueras "el pintor de la luz"

viernes, 28 de diciembre de 2012

LOS PODADORES


Óleo sobre tabla, dimensiones: 116 x 89 cm. Año: 1994, Titulo: Los Podadores
Autor: José Higureras Mora
24 Salón Internacional de Artistas Belgas – Gran Premio Internacional A. E. A. 
Con Medalla de Vermeil en Homenaje a su valor artístico, Ciney (Bélgica)
1994:Gran Premio Internacional A.I.A.C. Medalla de Oro, Montigny-le-Tilleul (Bélgica)
1994: Gran Premio del Salón Internacional por los Servicios Rendidos a la  Causa de Ciencias, Letras y de las Artes. París (Francia) 


Era el otoño manchego. El frío se había instalado en el lugar. Había pasado ya un tiempo después de la vendimia. Ahora tocaba podar las cepas. Aún conservaba el aíre el olor característico del mosto recién hecho. En cambio las cepas yacían en sufrimiento. Habían perdido los hijos que las mantenían lozanas, frescas, con las hojas brillantes llenas de vida. Estaban pariendo los frutos que se transformarán en un suculento caldo, vida de otra vida.
Los agricultores se pusieron en marcha para hacer la faena. En La Mancha, las cepas son muy bajitas, el trabajo de la poda es duro ya  que hay que agacharse mucho y los riñones, toda la parte lumbar, sufre bastante.
Los amigos se dirigieron a la viña. Se habían preparado un buen almuerzo.  Con el frío el hambre era doble, tenían que estar bien alimentados para llevar a cabo tanto trabajo. El día estaba muy claro, el sol quería calentar con sus tímidos rayos la meseta pero le costaba, se apoderaba el frío y las manos se quedaban heladas, de vez en cuando dejaban las tijeras y se las frotaban con fuerza una contra otra para que entrasen en el calor necesario para poder mover las “podadoras”.
Se movían rápido y sin apenas darse cuenta habían “apañao” más de la mitad, casi no podían ponerse en pie. Se miraban y se reían - ¡se notan los años! – ¡cuando éramos jóvenes no nos dábamos cuenta y lo teníamos hecho pronto, ahora, nos cuesta más!
El más joven caminó hasta dónde tenían la bota de vino, echó un trago y llamó al compañero - ¿qué… comemos ya? – ¡bueno cuando quieras! – contestó el otro podador.
Se sentaron dentro de la caseta dónde guardaban las herramientas, tenían una pequeña mesa y dos sillas todo viejo a causa de los años y del lugar dónde estaban.
Todavía se conservaban calientes las fiambreras, pero no obstante hicieron un pequeño fuego y las calentaron un poco más. También les servía para entrar ellos mismos en calor. Comieron ávidamente, hablando de los mil temas del campo. Como siempre eran los más “pobres”, según ellos, los que menos subvenciones tenían y aquello era un trabajo duro, muy duro.
Terminaron aquella comida y se pusieron de nuevo al trabajo, el viento cada vez era más fuerte y el polvo les cegaba – ¡no vamos a poder terminar! Esto cada vez es más fuerte, con lo bien que estaba el tiempo cuando hemos venido.
Tuvieron que guardar todos los aperos, limpiaron bien las tijeras de podar y se encaminaron al pueblo. Los podadores no pudieron terminar la jornada. Eso  tiene el campo en el otoño manchego.

Higorca

miércoles, 5 de diciembre de 2012

PRECIOSO OTOÑO

Óleo del maestro José Higueras Mora


Salgo al jardín y me parece pisar una mullida alfombra. Mil colores bajo mis pies atenúan los pasos. La higuera ya esta deshojando, el otoño le ha hecho mella. Sus hojas de un verde brillante, ahora se han vuelto de muchos colores, amarillas, rojas, marrón…
Miro el laurel y lo veo verde, profundo, altivo, de una considerable altura. Parece junto al ciprés, los guardianes del lugar. Ellos no se quedan nunca esqueléticos, al revés parece que el frío les da mejor color parece querer dar envidia, están junto al albaricoquero que ahora sus hojas caducas van cayendo de un amarillo precioso.
Y las adelfas sin flor parecen tristes al ver que los rosales tampoco dan “hijas”, ni aroma. Al lado tiene una ruda enorme con esas hojas de un verde azulado, tersas, limpias. Dicen que si alguien llega a tu casa con malas intenciones, o con envidia, la planta se seca ¿puede ser verdad? Como dicen en Galicia “creer se puede o no, pero haberlas haylas”.
Justo en la valla las hojas de la parra virgen están llenas de sangre, casi color purpura, para luego caer inertes sobre unos lirios que forman un gran macizo y que ahora acusan la estación en la que estamos.
En cambio la hiedra esta magnífica, resplandece, parece decir que a ella no le importa el frío, ni el cambio de estación.
¡Hay tantos árboles juntos y unidos! ahora con esa alfombra multicolor no se pueden ver las elegantes violetas, tienen un verde distinto, pero son tan humildes que apenas se dejan ver, eso sí, les gusta invadir todo, ellas se creen como dueñas del jardín.
Piso muy despacio para no dañar esas hojas que a mi paso crujen y parece que sea un llanto ¡el llanto de la muerte! para ellas se termina la vida, llegara el invierno y las ramas de los árboles además de desnudas nos parecen como desprovistas de amor para resurgir otra vez en plenitud indicando que ellas son la vida.

Higorca


martes, 25 de septiembre de 2012

UNA NOCHE INESPERADA

Óleo sobre lienzo, dimensiones: 130 x 98 cm., titulo: Cántaro, año: 1992 
Autor: José Higueras Mora



Una pintura gris. Un pan más bien duro. Un limón medio “pelar”. Frutas sobre la mesa. Una navaja abierta. Una botella o garrafa de cristal fino, y destacando como figura principal un cántaro.
Esos cántaros que años atrás se utilizaban para ir a buscar agua a los pozos o fuentes públicas, quizás por no tener agua corriente en casa. Era muy utilizable. En todas las casas manchegas se encontraban.
El pintor reunió unas cuantas cosas antiguas para “animarlas” con los vivos colores de la naturaleza.
Esta obra tiene un recuerdo inolvidable. Las medidas considerables del bodegón atraía vivamente a los llamados “nuevos ricos”.
El maestro llevaba un buen tiempo estudiando, experimentando, y recluido en su casa estudio. No quería vender y al mismo tiempo necesitaba seguir viviendo. “Los ahorros iban dando los últimos coletazos”.
Era viernes por la tarde y habían ido a verlos unos amigos que vivían en Madrid, iban a pasar el fin de semana “al pueblo”. Sabedores que llevaban mucho tiempo trabajando para tener preparada una buena exposición en el corazón de Francia y Bélgica. Y sabiendo que siempre se tiene que hacer el doble de obras para poder escoger bien cada una de aquellas que se van a colgar en la muestra. Les invitaron a cenar el sábado.
Era época de caza y siempre caía alguna liebre. Los hombres se encargaban de guisar un buen arroz. ¡Claro que a las mujeres no les gustaba ese plato! entonces ellas se preparaban otra cosa. “Ellas en un lado, ellos en otro”.
Ya era tarde cuando salieron de casa, hacía frío, se abrigaron y subieron la cuesta que les llevaba hasta dónde se iba a celebrar “la pequeña fiestas”.
Cuando llegaron ya estaban todos los participantes de la misma, habían preparado dos liebres, los hombres se frotaban las manos pensando en aquel ágape.
Cuando llegaron, el maestro se dio cuenta que con las prisas se habían dejado unas botellas de vino sobre la mesa. Se disculparon y volvieron de nuevo a la casa estudio, a fin de cuentas todavía la carne estaba bastante dura y por lo  menos una hora faltaba. Ellos no iban a tardar tanto.
Bajaron de nuevo la cuesta, entraron en casa para recoger lo olvidado. De pronto suena el timbre de la puerta. Al abrir se encuentran con una pareja joven, los conocen son del pueblo. Le extraña aquella visita a esas horas, es tarde y el tiempo no acompaña ¿Qué pasara?
Después de franquear la puerta para que pasaran, tienen un pequeño dialogo y les dicen que quieren ver algo de obra, quieren ver los cuadros. Mejor, están interesados en comprar varios cuadros.
No tardan en ver lo que quieren, les gustan los bodegones pero… - ¿son pequeños? - Pregunta la dueña de la casa.
Se acuerda del bodegón gris con una navaja que tiene sobre la cama y que francamente no es de los que más le gusta. Les hace pasar a la alcoba. Ellos lo miran y quedan encantados con ese cuadro.
-       ¡¡Es una maravilla!! ¡Nos lo quedamos!
Sacaron el talonario, lo pagaron y se lo llevaron, quedando para el lunes que volverían de nuevo ya que necesitaban otros más pequeños. El pintor les ayudo a sacarlo y entrarlo en el enorme coche que llevaban ¿qué extraño? ¡No querían que los viese nadie! Incomprensible ser nuevo rico.
Creo que nunca he tenido menos frío que aquella noche, cogimos las botellas y muy contentos nos dispusimos a subir aquella cuesta de nuevo. Iba contenta, llena de júbilo.
Me había deshecho de un cuadro que no me gustaba por la navaja y que lo tenía sobre mi cabeza todas las noches, y… además me había dejado un buen “dinerito” que me ayudaba a pasar un montón de tiempo.
Ahora cada vez que veo la foto del mismo, le doy las gracias por la ayuda.

Higorca



sábado, 18 de agosto de 2012

BANDUJO (Asturias)

Óleo sobre lienzo, Titulo: Bandujo, Autor: José Higueras



Deseaban pasar las vacaciones en un lugar dónde se pudiera estar fresco. Pasear al atardecer, y ver las puestas de sol con una toquilla sobre los hombros.
El calor era asfixiante en el lugar donde habitaba aquella pareja de caminantes. No se podía salir a ninguna hora del día, ni tan siquiera era pensable por la tarde.
Habían preparado aquel viaje con ilusión. Sabían bien del buen clima y la buena gastronomía de aquel trozo de la Península. Esa era la razón por la que habían elegido ese pequeño lugar.
Llegaron a media tarde, dejaron las maletas en su sitio deseando salir a ver el campo y el atardecer del que tanto les habían hablado.
Era verdad, el clima era mucho mejor. Se podía ver como los montes estaban todos verdes, y las flores todavía tenían el brillo de la primavera, eso estando ya en el mes de agosto. Caminaron un rato mirando, inspeccionando todo aquello que les acogería durante unos días.
Pudieron ver como las casas eran de piedra, parecía uno de aquellos pueblos de cuento medieval. Algunos hórreos de madera, techados de obra dando como un poco de pena al ver que estaban medio derruidos a consecuencia del paso del tiempo.
Se miraron, estaban cansados. El viaje, la caminata… aquel pequeño pueblo tenía muchas cuestas, arriba, abajo… mejor ir a cenar y después a dormir. El día había sido muy largo, el cansancio se dejaba notar.
Vieron un pequeño restaurante, parecía familiar. Miraron por dentro, se veía limpio. Eso era muy importante, la limpieza. Entraron, una chica joven se acerco hasta ellos. Les saludo y pregunto con mucha amabilidad _ ¿Qué desean? _ Nos pueden preparar un poco de cena? _ Con mucho gusto_ contestó la joven mientras les invitaba a sentarse en una mesa.
La muchacha, saco una libreta de su bolsillo y leyó en voz alta lo que tenían. Pidieron y mientras esperaban a que estuvieran hechos los platos, tomaron un culin de sidra con una buena “tapa” que les habían servido.
-          ¡Extraordinaria la sidra! Tiene un sabor diferente tomada aquí. _ dijo el hombre.
-          ¡Es verdad! También yo lo he notado.
Cenaron tranquilamente. Al parecer no les gustaba que terminara aquel día. Allí se respiraba muy bien, hasta el aire tenía un aroma distinto, se notaba el dulzor del tomillo, del romero, de la salvia y tantas otras hierbas aromáticas que crecían en aquellos montes.
El día había pasado volando, o ¿les había parecido a ellos? Ahora llegaba el momento del descanso. Salieron del pequeño salón para dirigirse a la habitación correspondiente. Desde la ventana unos ojos brillantes les miraban era el búho en una de las ramas del árbol cercano. Les pareció el vigía del bosque. El rey de aquellos lugares.

Higorca 

viernes, 20 de julio de 2012

OSTRAS

Óleo sobre tela de lino, pintado en el año 1992 por el maestro José Higueras



Los cazadores habían salido por la mañana temprano. El camino era largo hasta llegar al monte. Los perros ya sabían dónde iban. Estaban acostumbrados y mientras esperaban a que los subieran en el remolque, ladraban y saltaban llenos de gozo. Les debían gustar las carreras que se daban en busca de la presa.
Las perdices y los faisanes, intuían lo que se les venía encima, y, se temían lo peor, trataban de esconderse para que los perros, y sus amos no les viesen y de un “tiro les segasen” la vida.
La mañana era cálida, el sol estaba justo encima. Todo parecía tranquilo y ellos, los cazadores, caminaban y caminaban en pos de la presa deseada.
Entre ellos hablaban pero eso sí en voz muy baja para no espantar a los “bichos”.  Después de mucho caminar, vieron como asomaba una pequeña cabeza entre unas matas, prepararon las escopetas para tirar con certeza, estaban quietos, muy quietos, inmóviles.
Salió confiadamente la perdiz de su escondrijo, de pronto un estruendo sonó con fuerza. El pobre animal cayó al suelo sin remisión. El perro salió corriendo en pos de la pieza para entregársela a su dueño. Este la colgó del cinturón y siguieron camino adelante.
Así toda la mañana, caminaban kilómetros y kilómetros hasta que conseguían las piezas deseadas. Al mediodía, cansados y con una buena cantidad de ellas, entre perdices y faisanes, recogieron los perros, los metieron de nuevo en el remolque y camino de casa.
Mientras ellos cazaban, otros habían ido al mar de pesca, bueno mejor a coger algo muy sabroso. Ostras, unirían las dos cosas para hacer una buena comida. En la casa las mujeres se afanaban para cuando llegaran los cazadores.
Los estaban esperando. Sobre la mesa una buena fuente de aquellas conchas, arrugadas pero frescas, y vivas, ricas y apetitosas. Dejaron la caza y se sentaron para dar buena cuenta de aquella comida.
De primero, y como aperitivo aquel exquisito marisco regado con un delicioso limón. De segundo, perdices escabechadas. Abrieron unas botellas de buen vino: blanco por un lado, tinto por otro. Buenos acompañantes para ambas cosas.
La tertulia estaba en “marcha” los hombres daban cuenta del ágape mientras hablaban de todo lo acaecido por la mañana.
Así pasaban las jornadas en la época de salir a cazar, luego llegaba la veda y todo cambiaba. También se reunían pero menos, era cuando aprovechaban para ir a lo mejor de vacaciones. La caza, era muy importante para ellos, decían que nunca se debía matar a un animal por el simple hecho de hacerlo, debía preservarse siempre todo aquello que nos rodea para seguir teniendo vida a nuestro alrededor.

Higorca

sábado, 14 de julio de 2012

LISBOA CIUDAD DE ENSUEÑO

Óleo del maestro: José Higueras - Titulo: Patio Lusitano




Habían llegado a Lisboa. El encargo era importante y debían tener todo el material puesto a punto y a la perfección, para el día indicado.
Pero… antes querían visitar de nuevo la capital. Cada vuelta les apasionaba más. Tenía todo ese sabor dulzón y tradicional, era antigua, bella, romántica y bohemia a la vez. Lisboa tenía todas esas cosas especiales ¡había tanto que ver! ¿Por dónde empezar? Seguro que por mucho tiempo que estuvieran allí. Por muchas veces que volvieran, no llegarían a ver toda su inmensidad.
Lisboa era toda poesía. Cada  rincón, las bellísimas plazas, hasta las calles con su típico empedrado y sus cuestas. Un lugar dónde no se podía utilizar zapatos de tacón fino ¡para qué! Era mejor ir plano para poder caminar, subir para luego bajar sin dificultad. Caminar por una ciudad llena de encanto, de magia.  
El primer paso era visitar la Lisboa antigua, sus estrechas calles con sus ínfimas aceras. Una delicia ¡Cuidado! Viene el tranvía.  Ese tranvía amarillo, viejo, antiguo como la misma ciudad. Claro que es imposible pensar en la capital lisboeta sin su tranvía, forma parte de sus arterias. De todos modos es la mejor manera de llegar al barrio alto.
Llegar hasta El Chiado, quizás sea el barrio más bohemio de Lisboa, es el lugar más indicado para encontrar esos bares dónde se reúnen los intelectuales, escritores y artistas. Al mismo tiempo que pasear viendo tiendas de todas clases. También esas viejas librerías que al entrar se puede notar los años que han pasado por ellas, o lo que es lo mismo, su antigüedad, para una vez que notas el cansancio sentarse en una terraza y saborear un refresco hasta que llegue el anochecer para entrar en una taberna donde podamos deleitarnos con un dulce fado.
El fado ¿de dónde proviene el fado? En una de las tertulias con algunos expertos del mismo y otros del flamenco puro. Pude escuchar que los dos eran de la misma “sangre”, con las mismas raíces. Solamente una excepción, el fado no se baila, el flamenco sí.
Esas letras dulces, trágicas. Por lo menos a mi me parecen. Me gusta oírlas en silencio, con la paz y el embrujo de la noche. Mirando a las estrellas. Frente a una copa de vino de Porto, con el mismo sabor añejo que la ciudad dónde estoy escuchando la canción interpretada por Amalia Rodrigues. Entorno los ojos y sueño.
Puedo ver sin moverme de la silla: El elevador de Santa Justa, la torre de Belem, La Alfama con sus callejuelas medievales, historia viva de la ciudad dónde se respira una atmósfera distinta, inigualable.
¿Y qué decir del Parque de las Naciones? Poder aprender lo que bien dice una vieja leyenda,  la ciudad de las siete colinas… ¿Quién piensa que Lisboa no tiene metro?
Cruzar el estuario del Tajo, majestuoso, desafiante, como si nos quisiese decir ¿Qué pasa? Yo soy el que manda sobre el inmenso mar. Pasear sobre él, cruzando esos maravillosos puentes. El 25 de Abril con 2 kilómetros, se ve ínfimo corto cuando has tenido el enorme placer de cruzar por el Vasco de Gama, entonces se nos acelera el pulso al poder acariciar el agua en todo su recorrido que son nada más y nada menos que 17 kilómetros.
Todo eso pasa por mi mente mientras escucho esa maravilla de canción entre dulce y apasionada como es el fado.
Bajo de mi nube pensando que pronto muy pronto voy a volver de nuevo a pasear por esas calles y colarme dentro de un patio típico para poder plasmar en mi retina toda la historia de Portugal.

Higorca

miércoles, 11 de julio de 2012

RECUERDO A MIGUEL A. BLANCO

Óleo del maestro: José Higueras Mora



Recuerdo aquellos días y se me pone la carne de gallina. Fueron dos días terribles. Incertidumbre, dolor. No me atrevía a moverme, quería estar cerca de la radio, de la televisión, de todos aquellos medios de comunicación dónde dijesen, o dieran cualquier indicio de ese muchacho joven. Un chico lleno de vida, secuestrado por esa banda de asesinos, de desalmados que pululaban por cualquier lugar de nuestra piel de toro. Todos rezábamos para que lo dejaran libre, libre y vivo. Que sus padres, su hermana y los españoles pudiéramos respirar tranquilos.
Pero no fue así. Miguel Ángel apareció, sí, pero sin vida, muerto, inerte, asesinado por unos cobardes que solo pretendían y siguen pretendiendo verter sangre de gente inocente que no son culpables de nada porque nada han hecho.
Ha pasado el tiempo, los años. Quince ya. Como el que no quiere la cosa. En cambio todo esta reciente, no hemos olvidado el dolor que sentimos, acompañando a su familia en esos momentos terribles y duros.
¿Qué pretendían? Si querían decirnos que una vida no vale, ¡no lo consiguieron! Primero, fueron muchos los que se llevaron por delante, sin mirar el orden, la edad, masculino, o femenino. No miraron nada, simplemente el placer de ver la sangre correr por el suelo.
Cuando escucho sin querer escuchar que los derechos humanos están pidiendo que dejen en libertad a fulano, a mengana, o que vayan a visitar a la cárcel a todos esos y esas que también las hay, las ha habido y lo que no sabemos. Cuando oigo esas cosas, algo se me revuelve por dentro y es entonces cuando me rebelo, y  grito aún sin gritar para que no piensen que me he vuelto loca. Y de nuevo me pregunto ¿ellos tienen derechos humanos y todos los que mataron no? ¿Tenemos que recordar a esos señores cuántos niños murieron en Barcelona, en Zaragoza y así un largo etc. ¿Qué culpa tenían esas pobres criaturas que no pudieron disfrutar de la vida porque se la segaron siendo inocentes? Para ellos no hay derechos humanos, claro cómo van a tener si fueron asesinados sin piedad.
No sé qué está pasando, tampoco sé si la memoria es tan flaca que se nos olvidan las cosas. Me invade la tristeza, no hubiera pensado nunca todo lo que estamos viviendo en estos momentos ¿Qué ha pasado, que es lo que se ha hecho mal?
Pero hoy solamente quiero recordar, homenajear a ese guapo y joven hombre que termino en manos de unos desalmados sin sentimientos, sin escrúpulos, que tienen por saludo un arma de matar en las manos.
Mi recuerdo para ti Miguel A. Blanco, donde estés nos veras y seguro que estarás velando por esos padres y hermana que tanto dolor guardan en su alma. También mi recuerdo y cariño para ellos.

Higorca

lunes, 18 de junio de 2012

PASEO

Óleo del maestro: José Higueras Mora - Titulo Ciudadela



Caminaban por la playa. Cogidos de la mano. Dejando que las olas besaran sus tobillos. Era una caricia para sus desnudos pies. El agua estaba caliente y era un maravilloso atardecer.
En el mar se notaba una placentera paz. Estaba tranquila, quieta, tanto, que… más que agua  parecía un maravilloso espejo. Hasta esos últimos rayos de sol no se querían despedir sin dejar en el horizonte unos toques plateados.
Era una hermosa tarde. Atrás habían quedado los malos ratos, el dolor sentido al darse cuenta de toda la crueldad que guardaban “aquellos” que ellos creían unos seres nobles y buenos. Un desengaño más.
Una suave brisa hacía que la melena de ella se moviera al mismo compas que la falda blanca y fina que ella llevaba puesta. En la tenue sombra se reflejaban aquellos ondulantes movimientos semejantes a una danza, a una bailarina sobre el escenario. En realidad era el escenario de la vida.
Mientras caminaban y miraban como se alargaba y disminuía la sombra, hablaban de todo lo pasado. Eran tantas cosas, tantas vivencias, que todo se agolpaba en su cabeza, en su voz. En querer contar todas a la vez para que no se pudiesen olvidar.
La playa era larga, tenía unos cuantos kilómetros. Todos los días desde que habían llegado recorrían un buen trozo. Les había venido muy bien, se habían renovado, ahora tenían la mente mucho más clara. Empezaban a sonreír, sus facciones habían juvenecido. Eran distintas.
Estaban cerca del muelle, les gustaba llegar hasta el lugar dónde  atracaban aquellos transatlánticos cargados de gente, muchos de aquellos pasajeros bajaban a visitar la ciudad, otros se quedaban mirando desde las pequeñas terrazas del camarote. Aquel se notaba que iba a pasar la noche en el puerto.
Miraron a lo lejos, vieron como otro enorme barco se acercaba para atracar. Parecían ciudades en el agua. Ellos estaban al otro lado. También aquella visión les recordó un tiempo pasado, cuando ellos eran jóvenes y podían hacer largos viajes. Se miraron. Dejaron los pies clavados en la mojada arena.
Eran unas visiones preciosas, unos recuerdos inolvidables. Un volver a los años jóvenes.
Ella contemplo largamente al hombre que tenía a su lado. Vio su pelo color plata, su corta melena ahora todavía era más rizada que en la juventud. Le paso los dedos por aquellos rizos, acariciando tiernamente aquel suave pelo, parecía de seda. Lo beso en los labios.
Fue un beso fugaz como aquellos que se daban en público cuando eran casi unos niños. Eran unos besos tímidos, a escondidas de todos los ojos. También en esa playa había sido así, como temiendo que alguien les pudiese ver. Miraron a su alrededor y se pusieron a reír.
.- Que tontería, nadie nos puede ver, estamos solos en esta inmensidad, además ya somos mayores ¿verdad? ¡Qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Cuántas cosas vividas! Al final hemos venido a parar al mismo lugar de dónde salimos.
Siguieron caminando, notando el agua sobre sus pies, en las manos las sandalias que de nuevo habían cogido.
Suspiraron profundamente. Llevaban muchos años juntos. Se conocían muy bien, tanto que a veces hasta se sorprendían pensando las mismas cosas. Nunca había muerto el amor, la ilusión, la complicidad, entre ambos. Echando la vista atrás ¡Qué aprisa se habían pasado los años! Siguieron por la orilla de la playa. El mar Mediterráneo besaba los pies desnudos. Los pies que tantos kilómetros habían pisado, que tantos lugares habían visitado.

Higorca

sábado, 2 de junio de 2012

EL RITUAL

RITUAL DE CAMUÑAS - Óleo del maestro José Higueras


En la plaza de la pequeña villa se reunían un grupo de hombres para celebrar el ritual. Se vestían con las mejores galas de la época, y salían a la calle para dar culto a Dios. Siempre les tapaba la cara una careta que ellos mismos en las noches de invierno se fabricaban. Era la mejor forma de que nadie les conociera.
También era un lugar secreto donde se vestían ya que salían de casa con una ropa distinta y ni aún sus mujeres sabían dónde celebraban sus ocultas reuniones. Claro que, ellas esos días intentaban no salir a la calle ya que era cosa simplemente de hombres.
Es verdad que entre ellos se podía encontrar una “madama”. Claro que era un hombre disfrazado de mujer que iba bailando y tocando unas “castañetas” o castañuelas.
Este grupo o hermandad, se hacían llamar el bien, o danzantes. Después de un buen refrigerio, bien cena o comida, salían a bailar por las calles al son del tambor, las porras y las castañuelas, sosteniendo en las manos una vara terminada con un penacho con cintas de colores.
Al mismo tiempo, otro grupo se reunía en otro rincón del pequeño pueblo. Estos eran totalmente distintos. No creían en ese Ser Omnipotente.
Se mofaban de aquellos que veneraban, que entraban en la iglesia, que recibían la Eucaristía y cantaban alabanzas. Ellos solo tenían una creencia. La  guerra.
También estos llevaban careta, destacándose por llevar dos cuernos que los tapaban con cintas de colores. Era como si alguien colgara trofeos en ellos.
Al igual que el otro grupo todas sus reuniones eran secretas y nadie sabía dónde y cuando eran.
Se denominaban pecadores. Impíos. Por tanto eran considerados el mal. De vez en cuando alguno de ellos pedía perdón, se redimían. Quizás acosado por la propia familia. Para eso salían de la fila, de entre ellos, gritando, ululando como si en realidad fuesen el mismo demonio. De pronto se ponían a correr hasta llegar donde estaba la cruz y la Custodia se quitaban la careta y cayendo de rodillas, pedían el perdón necesario para poder ser mejor persona. Para poder incorporarse a una vida distinta, a una familia normal.
Estos, los que pertenecían al mal, tenían una forma muy peculiar de entrar en la hermandad, en el grupo.
Un día que ellos determinaban, se levantaban al alba. Antes de que las primeras luces señalasen sus sombras. Armaban un patíbulo donde se subía el más de los ancianos del grupo. Aquellos que querían iniciarse en la hermandad, subían detrás de aquel llamado “maestro” y después de dar unos cuantos bastonazos sobre la espalda del muchacho simulaban que le ahorcaban. Después de mojarlos hasta los huesos para purificarlos, les daban las ropas necesarias para que se incorporaran a la hermandad.
De esa forma año tras año iban celebrando el ritual. La época era la más idónea para ello. Era el periodo medieval, donde los hombres poseían toda la fuerza, la sabiduría, y, las mujeres servían más bien poco, simplemente para diversión de ellos.

Higorca

martes, 15 de mayo de 2012

CAZA Y PESCA

Oleo de José Higueras Mora - año 1992



Era época de caza. Los cazadores provistos de la escopeta, el perro y el zurrón con la comida, se disponían a pasar un día lleno de aventuras y misterio.
Un pensamiento estaba fijo en sus mentes ¿sería buena la caza ese día? Últimamente no se daba muy bien. No sabían el por qué pero no corrían muchas liebres, ni conejos por ese monte.
Decían, entre ellos que no tenían mucha comida, pero tampoco eso les convencía ya que las cepas estaban repletas de hojas tiernas y eso les gustaba a ellas. Claro que un poco menos a los viticultores.
Tampoco se veían muchas perdices, y, ya las codornices habían desaparecido de aquella comarca. Las explicaciones eran que al utilizar las cosechadoras arrasaban los nidos y eso hacía desaparecer a esas pequeñas aves.
El día estaba claro, el cielo azul y sin una nube, caminaban a buen paso y no habían tenido la oportunidad de estrenarse. Los perros caminaban a su lado, estaban tranquilos y eso quería decir que su olfato no había detectado nada.
De pronto de entre unos matorrales un ave sale volando, ellos se quedan quietos y se miran ¿qué era aquello? Miran hasta el lugar por donde había salido extrañados, era muy grande, entonces ¡una perdiz era imposible!  Su vuelo no llego muy lejos, ahora podían verla mejor. Era un faisán, un hermoso faisán.
Empujaron a los perros para que lo cogieran sin tener que usar las escopetas. Era imposible, se prepararon y al salir de nuevo se oyó un tiro y la pieza cayo, los perros corrieron a coger aquella presa. Era una hermosa pieza.
El mismo día unos buceadores se adentraron al mar. Simplemente para mirar aquella maravillosa “fauna” y flora marina. Pasear por aquellos mares era todo un acontecer, disfrutar de algo distinto. Soñar bajo las aguas de un océano que bullía de una inmensa vida de colores.
Durante un buen rato nadaron con tranquilidad, viviendo, admirando aquel mundo mágico. Con una señal subieron, salieron y se quitaron las botellas. Descansaron un rato cerca del agua.
Durante la conversación decidieron ir a buscar unas cuantas ostras para la cena. No lo pensaron, cogiendo el rastrillo, se adentraron de nuevo en el agua, a pocos metros se podían encontrar las camas.
Con sumo cuidado pasaban el rastrillo, habían muchas, se podían coger con facilidad, cogieron un buen puñado, las guardaron en la malla que llevaban en el cinturón. Cuando ya tenían bastantes salieron para ir hasta casa y dar buena cuenta de aquel rico manjar.
Sobre la mesa los limones necesarios para poder degustar aquellas delicias, sobre todo con una buena copa de vino blanco. El vino gallego tan apropiado para ellas, ese Albariño de un delicioso paladar, con mil aromas y mil placeres.
Fue un acontecimiento, saborear las deliciosas ostras regadas con el exquisito vino. Mientras, colgadas esperaban las perdices y el faisán para el día siguiente.

Higorca 

martes, 20 de marzo de 2012

SIEMPRE JUNTOS

Acuarela- autor: José Higueras




Estas sentado frente a mí.
No te veo mayor.
Ni viejo.
¡Sigues estando guapo!
¿Sabes?
Sigo viendo en ti,
aquel apuesto y elegante…
Aquel señor galante,
del que me enamore.

Me gusta tu pelo de color plata.
Tu barba blanca y rizada.
Tus labios frescos aún.
Tus ojos picarescos.
Me gusta todo en ti.
Sigues siendo
aquel señor galante,
del que me enamore.


Higorca




jueves, 1 de marzo de 2012

INVASION

                                                     Óleo - Autor: José Higueras Mora

Los franceses invadieron España. Su única ilusión quedarse aposentados en la Península. Gobernar a sus anchas todos los rincones. En este lugar se vivía bien y ¿por qué no? Había mujeres muy guapas.

Eran morenas, con largos cabellos ensortijados. Sus ojos grandes y negros como la noche, hablaban sin pronunciar palabra.

Noches de juerga y jarana. En las tabernas de los pueblos andaluces, a los compas del rasgueo de una guitarra, pasaban las veladas hablando o escuchando cantar a la gitana de belleza sin igual.
Entre los soldados, uno destacaba. Era alto y bien parecido, le gustaba todo lo español y más que nada, las mujeres.

-     Las hembras bien puestas. Esas de pelo negro y brillante. – Solía decir él.

Siempre que veía una mujer, sin mirarle la cara se acercaba y, la cortejaba con soltura. Eso le había costado algunas broncas. Más de una vez se lo habían avisado pero nunca hacía caso.

Aquella noche, se quito el uniforme y vestido de paisano, marcho a la taberna de aquel pequeño pueblo donde tenían el cuartel. Oyó la guitarra, y después el cante “desgarrao” de un flamenco puro.

Mientras caminaba, pensaba que esa voz le era desconocida. Era de mujer, desde luego, pero… ¡no la había oído antes!. Le sonaba con fuerza, tenía unos matices especiales. Estaba deseando llegar para saber algo más, para ver su cara que si era igual que la voz, tenía que ser preciosa.

Por fin llego. Nunca le había parecido tan lejos, y… siempre era el mismo trayecto. Entró, el tugurio estaba repleto, en el pequeño escenario una mujer, joven y muy bella. Llevaba el pelo recogido en la nuca. Recogido con una cinta de seda roja que destacaba sobre el pelo negro. Su voz era… distinta… dulce cuando lo requería y rota otras. Así era el cante, así el flamenco, y también el llamado “copla”. Historias cantadas, o actuando.

Sus ojos pronto se encontraron. Él destacaba por encima de todos. Era muy guapo, alto, de pelo muy claro sin llegar a rubio, de ojos color de miel. Sus labios rojos y carnosos. Cualquier mujer se hubiese enamorado de él.

El francés la miró, se quedo prendado al instante de aquella “hembra”.
En el local había otros “gabachos” más. Se cruzaron muchas miradas. Aquellos compañeros sabían de las andadas del soldado y muy pronto comprendieron lo que iba a pasar. Siguieron bebiendo. También la música, y el cante, al mismo tiempo que aquel contoneo bien dado, con gracia, que la gitana sobre el pequeño escenario realizaba. Era como una figura sacada de cualquier lienzo de uno de los mejores museos.

Esas fueron las palabras que el soldado le dijo al amigo que encontró en la mesa. Se había sentado muy cerca del lugar donde la muchacha ejercía el baile.

-     ¡Eh… tabernero! Una jarra de ese vino tuyo tan bueno.
-     ¡Al minuto caballero! – le contesta el dueño del local.

Después de beber dos jarras de aquel vino tinto, el francés estaba todavía más contento que de costumbre. Sus ojos no se separaban de la mujer ni un segundo.

Termino el cante y el guitarrista dejo la guitarra sobre la silla, bajo a beber un trago. La muchacha se sentó mientras esperaba.

De pronto el gabacho de un salto se puso junto a ella y empezó a galantearla. Como tantas otras veces había hecho con otras, la cogió por la cintura para levantar de la silla y tenerla cerca de sus labios.

La taberna en un momento se quedo muda. Todos los ojos estaban sobre aquella pareja. Ella quiso soltarse de inmediato diciéndole.

-     ¡Suelta por favor!- estoy comprometida  -     ¡Él es mi marido!

No dio tiempo a nada más, aquellas fuertes manos soltaron de inmediato a la gitana. Él cayó como un rayo sobre el suelo de aquella taberna.

Se oyeron gritos y llantos, un olor fuerte se extendía por todo el recinto. Los soldados franceses que estaban allí, apresaron al gitano mientras otros se llevaban al herido hasta un pequeño hospital que había en aquel pueblo.
Nada se pudo hacer por aquel apuesto y atrevido joven. Ella corrió junto a su marido. No la dejaron entrar en la prisión.

Al día siguiente recorrió junto al féretro todo el camino que separaba el hospital del cementerio. Desde la ventana de la prisión un cante dolido decía.

-   -  ¡Mejor estar entre rejas que ver como tus ojos lloran su muerte!

Ella musitaba una oración. La misma que le cantaba todos los días cuando visitaba su tumba mientras vivió. Ella fue enterrada junto al francés que le robo el alma y que fue su perdición.

Aún ahora, suelen decir las gentes del lugar que en los atardeceres cuando el sol se esconde en el horizonte y los rayos se tiñen de rojo, el aire trae las notas de esa oración como un lamento, en un quejío roto.


Higorca

martes, 28 de febrero de 2012

28 DE FEBRERO. DÍA DE LA AUTONOMÍA ANDALUZA.

                                                  Óleo, Autor: José Higueras

Día grande, donde la fiesta, hace que engrandezca mucho más una tierra que se mira sobre su río. Ese río que recorre de norte a sur, regando a su paso con alegría la belleza de un lugar sin igual. Su río fiel testigo de tantos artistas como han surgido para ser grandes. Artistas  en todos los campos. Cantores de músicas bellas. Letras de hermosos poemas. Pinceles que plasmaron a esa mujer morena.

Yo una humilde “juntadora” de letras también quiero dedicar un pequeño canto a ese río que riega a una de las más ricas tierras.



RíO GUADALQUIVIR

Dicen que tú recorres como nadie Andalucía.
Dicen que eres nómada de las vegas.
Dicen que naces y mueres en esa tierra.
Dicen que eres andaluz por deferencia.
Dicen que tu nombre viene del árabe.
Dicen, y dicen, y vuelven a decir…

Dicen que eres el río con más arte.
Dicen que naces en la Sierra de Cazorla.
Dicen que en la provincia de Jaén.
Dicen que riegas las tierras con seguidillas.
Dicen que con bulerías: sevillanas, tarantas.
Dicen que también: fandangos, trovos y verdiales.
Dicen, y dicen, y vuelven a decir…

Dicen que no hay otro río que más palos cante.
Dicen que en tus finas aguas se han lavado los pies.
Dicen que gente grande.
Dicen que: bailaores, cantaores…
Dicen que también: poetas y pintores.
Dicen que todos aquellos que saben arrancar.
Dicen que las notas alegres de la guitarra.
Dicen, y dicen, y vuelven a decir…

¡Guadalquivir de mi alma!
¡Eso es lo que siento por ti!

Higorca


viernes, 3 de febrero de 2012

EL FRUTERO DE COBRE

Öleo de José Higueras




EL FRUTERO DE COBRE

Sobre la mesa un frutero lleno de membrillos recién cogidos. Un suave perfume se notaba en aquel salón. El aroma que despedía aquella fruta madura.
Todo estaba dispuesto para la merienda: membrillos, peras, manzanas y melocotones… y, la jarra para calentar la leche.
Claro que los melocotones quizá no estuvieran muy buenos, era un poco tarde para ello, y si tenían algo de cámara no tenían buen sabor. La olor era buena… Al comerlos seguro que se notaria.
Aquella tarde los dueños de la casa esperaban a unos niños. Eran la alegría de la casa. Sus nietos.
La semana finalizaba y siempre pasaban esos días con ellos. Los padres los llevaban, los dejaban y luego se marchaban. Sabían que estaban en buenas manos. Eran sus abuelos, además todavía eran jóvenes y eso ayudaba para que no se cansasen unos u otros.
Los niños llegaban hambrientos. Iban rápidos a la mesa donde estaba aquel frutero de cobre lleno de fruta. Su abuela, además, les había puesto platos con más cosas, y una botella de agua. Era imprescindible para ellos. Jugando siempre se reseca la boca y la garganta. Buscaban la botella, un vaso y, a beber.
Pero aquel día la abuela, les tenía preparada otra sorpresa. Con aquellos membrillos jugosos y maduros que cogían del árbol del jardín. Les había preparado una exquisita mermelada.
Esperaba que les gustase, se había pasado toda la mañana dando vueltas a la misma para que no se le pegase. Valía la pena, hacer feliz a los niños era lo más grande para ella.
Puso la leche a calentar y preparo la tostadora. Hizo las tostadas correspondientes, les puso un poco de aceite y sobre ello extendió la mermelada. Una buena capa en cada una de ellas.
Preparo la mesa y llamo a los niños que llegaron en tropel junto al abuelo. En un momento no quedo nada en los platos. Habían devorado todo lo que la abuela había preparado.
Sonrió satisfecha. Les había gustado. Los niños se levantaron y todos fueron a darle un beso. Luego a coro dijeron.
-        Gracias abuela.
    
   Higorca