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LA EPIDEMIA AZUL

LA EPIDEMIA AZUL
Portada: Higorca

Vídeo obras de José Higueras "el pintor de la luz"

miércoles, 6 de julio de 2016

FORO DE EXCELENCIA LLORET

Ada Yonath, Premio Nobel de Química.

En la mesa: Lesli Grifit, Neurocientifica, Erik Maskin, Premio Nobel Economía, José R. Calvo, Organizador del foro y Ernesto Kahan, Premio Nobel de la Paz, entre otras personalidades

 Dos premios Nobel juntos en animada conversación durante el aperitivo. 

 Instantánea del foro; Inmigración, Refugiados, Problemas humanitarios del siglo XXI.


Ahora cuando ha pasado un tiempo, cuando todo vuelve a ser como antes, cuando el agua ha vuelto a su cauce y el caballete y mis humildes letras se han adueñado de mí, reflexiono con calma de todo lo acontecido.
No me cansaré nunca de dar las gracias a mis maestros, a los que desinteresadamente me han dado la mano para llegar más allá de donde yo jamás hubiera pensado.
El pasado mes de junio, a principios pudimos asistir a un foro muy especial en LLoret de Mar. Fueron unos días maravillosos.
Donde aprender era el culmen, no daba tiempo a pestañear, las letras bullían en aquel recinto, un anfiteatro excelente, cómodo y muy bien distribuido, buena acústica y sobre todo grandes inteligencias en el escenario. Los Ponentes.
Escuchábamos con atención hablar sobre la paz, economía, gastronomía, medicina, pastelería, las estrellas y la luna, cocina, historia…
Claro que dicho así parece que no tiene la mayor importancia, pero si a todo eso le añadimos que aquellos grandes oradores eran: Premios Nobel, Catedráticos, Exembajadores, Expresidentes, Astronautas, Científicos, grandes Cocineros… entonces la cosa cambia.
Al final del día, cuando el ocaso escondía el sol diurno, en aquel hotel empezaba la velada con más luz que imaginarnos podamos.
Las mesas preparadas con manteles de gala, con cubiertos, cristalerías y platos perfectamente puestos en espera. Era entonces cuando las grandes mentes, las inteligencias mejor dotados se sentaban alrededor de ellas para saborear los apetitosos manjares y al mismo tiempo empezar una animada tertulia. Las tertulias de la sabiduría.
Y… entonces yo, era cuando me sentía infinitamente pequeña ante aquellas poderosas personas con cabezas tan claras, tan importantes y al mirarlos y conversar con ellos te das cuenta que, a pesar de ser grandes, son humildes, sencillos y esa es su grandeza.
Debo dar infinitas gracias al profesor Ernesto Kahan y a su esposa que tuvieron la amabilidad de invitarnos a tan magnos días, de no ser así no se puede de ninguna manera entrar en ese tan especial lugar.
Volver a mi tierra, al lugar de mis raíces a mi mar Mediterráneo de la mano de un premio Nobel, ya sé profesor, el premio era compartido entre tres. A fin de cuentas, cada uno puso su granito de arena para ser merecedores del Premio Nobel de la Paz.
Volver a ese trocito ha sido algo maravilloso.
Tener el honor de sentarnos a la mesa con cuatro de ellos fue empapar mis conocimientos de tanta sabiduría. Gracias, gracias de nuevo maestro por su humildad, sabiduría y amistad.
Higorca
    



lunes, 17 de febrero de 2014

NO MÁS BOMBAS

SIRIA - Óleo del maestro José Higueras Mora



Silban sobre la cabeza…

no parecen cantos de pájaros.

¡Correr niños, correr, son bombas!

¿Dónde nos refugiamos?

¡Ya no tengo casa, ya no tengo nada!

Detrás de un árbol caído

quizás el tronco te sirva

para proteger tu cuerpo desnudo.

Y… silban de nuevo

¡mamá, mamá tengo miedo!

¡Ven pronto por si acaso muero!

y… silban de nuevo

como cruel y horroroso canto

en una tierra que más bien parece

un  doloroso desierto.

Nadie respira, nada se oye,

casas derruidas, sin cristales

sin puertas, sin llantos,

sin techos ni chimeneas,

sin niños jugando en la calle,

sin flores que adornen la acera

sin alma que pueda suspirar

por un feliz mañana.


Higorca- reservados los derechos de autor

viernes, 14 de febrero de 2014

PASADO EL TIEMPO 14 -2 -2014

Óleo de José Higueras Mora



El árbol, la rosa, el viento que pasa,
la flor que se abre esperando la madrugada
después de una noche aciaga.
El aire al mover las hojas deja salir
dulces aromas que siento en mi alma.
El vuelo del pajarillo, la rana que canta
cuando el sol empieza a calentar por la mañana.
Las manos unidas aún, con el paso de los años
el pelo canoso no importa, escucha..
el sonido del agua al correr por el río
el mismo de entonces, recuerda…
cantarín al chocar con las piedras
las cañas se mueven al son del aire
que dulcemente las mece.
Pasan los años y vemos que todo crece.
También nosotros, nuestro amor, los dos
fundidos en un abrazo mientras se oye:
el pajarillo cantando, la rana que salta jugando,
las cañas que danzan al son del viento,
la rosa que se abre y desprende.
el suave aroma que nos envuelve
El aire que silba en la madrugada,
el amor que nos tenemos,
seguimos cogidos de la mano aún amor.
Y eso con el paso de los años.

 Higorca—reservados los derechos de autor



domingo, 19 de enero de 2014

LA RAMA DE LAUREL

Óleo sobre lienzo del maestro José Higueras Mora


Sentada en el cómodo butacón cerca del gran ventanal, María escuchaba el ulular del viento. Era el mes de febrero hacía bastante frío. Tapada con una manta cerca del radiador se quedaba medio adormilada acompañada de sus recuerdos.

Los días ya empezaban a ser más largos pero todavía eran muy frescos, sobre todo el aíre que no paraba, había momentos en que parecía arrancar los árboles.

A través de los cristales se podía ver un laurel, era enorme, los años le había hecho crecer tanto que cada vez que se movía daba golpes sobre la ventana y parecía que se iba a caer sobre la casa.

María se traslado al día en que su abuelo planto aquel árbol. Se lo habían regalado unos niños de una escuela taller de Toledo.

Era muy pequeñito. El abuelo llego a casa con la maceta y se dispuso a plantarlo en otra más grande para que no se rompiese hasta que creciera un poco más y de esa forma pasarlo a la tierra.

Estaba muy “apegado” a su laurel, lo miraba y lo mimaba para que no se le muriera, era su orgullo y siempre que tenían visitas el abuelo le regalaba una rama para condimento o bien para que lo pusiese de adorno además de contarle la historia de quien y como se lo habían regalado.

Pasaron los años y el abuelo se murió de viejo, su árbol seguía en el mismo sitio, era como tener más cerca a la persona que lo había plantado nadie osaba  tocar el laurel. Se había puesto tremendo.

Cuando el viento era fuerte como hoy, se bamboleaba y sus ramas llegaban hasta los cristales. Se movía con la flexibilidad de una bailarina ejecutando una exquisita danza, cada vez que rozaban los cristales de la ventana les parecían que eran caricias del abuelo.

A la mañana siguiente, el día estaba más calmado, había parado el “vendaval” y lucia un sol esplendido. María salió a dar una vuelta por el jardín, al pasar cerca del laurel vio que con la fuerza del aire se habían roto unas ramas, las recogió y una vez dentro las puso dentro del jarrón de la abuela.

Seguro que el abuelo estaría contento, era el jarrón preferido por su mujer. Quedaba bonito, además de decorar desprendía un limpio aroma que llenaba la estancia.

Higorca

Medalla de Oro de Literatura Grandes Premios Internacionales de Charleroi (Belgica)

jueves, 29 de agosto de 2013

LA FRAGUA

Óleo del maestro José Higueras (la fragua) merecedora de grandes premios internacionales.

Golpe a golpe el herrero da forma al trozo de hierro candente. Mueve el martillo con toda seguridad y destreza. Está acostumbrado, desde niño ha estado al lado de su padre aprendiendo el oficio. Ahora también él tiene el pelo lleno de canas a consecuencia de los años.
El hombre recuerda su infancia, una infancia difícil como la mayoría de aquella época, eran años de escasez sobre todo por los pueblos de la meseta castellana, en cambio él la recuerda como muy feliz.
También es verdad que el estar en un pueblo era muy distinto, la cosecha del campo  y los animales de corral no faltaban, y cuando el frío estaba en el cenit alrededor de navidad llegaba la matanza del cerdo, eso daba un desahogo en las casas. Si no eran muchos de familia, de todas formas según la “categoría”, con más o menos “poder” así mataba de cochinos. Eran días de fiesta y jolgorio.
La fragua en un principio estuvo instalada en un lugar estratégico, cerca de la  carretera o camino por dónde pasaban los carros, los animales que tenían necesidad de herrar. Con el paso del tiempo tuvieron que cambiar la ubicación ya que se había quedado en el mismo centro de la pequeña villa.
La fragua siempre ha tenido una tradición, ha ido pasando de padres a hijos desde algunas generaciones atrás. Pero siempre ha conservado ese sabor antiguo con toques de modernidad. Con los tiempos han tenido que ir acoplando aparatos nuevos, acordes a los mismos aunque les haya gustado guardar aquellos ancestrales que todavía se encuentran en ella.
Ya no tiene el fuelle que aviva el fuego de la cocina dónde se calienta el hierro. Ahora es un “molinillo” eléctrico, seguramente mucho más práctico que estar moviendo aquel enorme y pesado aparato.
Claro que hoy tampoco se llevan a cabo los mismos trabajos en la “herrería” ya no pasan equinos por los caminos, se han transformado en coches. 
Ahora se trabaja el hierro dando formas maravillosas para adornar, decorar o “cerrar” nuestras casas. Artesanía pura, golpeando, forjando los hierros al rojo.
Todo cambia y también como no podía ser menos las fraguas. Ya nadie pasa, ni va, ya no se tienen animadas tertulias con las gentes del lugar, tampoco los niños llevan un asa de cubo a escondidas para que les hagan “rejos” con el que jugar en la calle con otros niños. Todo eso termino para pasar a unos tiempos de “digitalización”. Quizás mucho más fríos, menos peligrosos pero no tienen el calor, el sabor de la amistad desde pequeños.

Higorca

miércoles, 21 de agosto de 2013

UNA FOTO PERFECTA

Óleo de José Higueras Mora

La vendimia estaba en todo su “apogeo”. Los racimos son cortados por manos expertas para después poder obtener el mejor mosto.

Este año la uva era excepcional. La uva blanca tenía un dorado que daba la impresión de ser transparente, se podía ver el interior de cada grano, saborearlo simplemente con verlo. Así mismo la morada tenía un color especial, brillante, tersa, apetecible.

La muchacha deseaba poner aquella maravilla en un frutero decorando una estancia de la casa ¡eran tan bonitos! Los escogió bien los puso en una cesta y se los llevo a casa.

Por el camino recordó que tenía un frutero “especial” lo había visto siempre en casa de su abuela y después en la casa de su madre, ahora lo tenía ella ¡ese sería el sitio ideal!
Se paró a comprar el pan, compró una hogaza tenía que llevarlo para que los vendimiadores almorzasen. Había que alimentarse bien para el trabajo, era duro.

Llego a casa busco un tapete era recuerdo de su madre, le tenía un gran cariño, luego saco el frutero y coloco los racimos en el ¡quedaba bonito! Le pareció poco, se acerco al mueble bar y encontró la botella de barro. La miro ¡qué bellos recuerdos llegaban a su mente! Sin darse cuenta había dejado el pan sobre aquel tapete y una naranja de antes.

Miró todo, le gustó la decoración que sin darse cuenta había creado. Allí en aquel poco espacio había reunido algunos de sus recuerdos. Cerró los ojos por un momento pensando en todo el tiempo atrás.

Higorca

lunes, 20 de mayo de 2013

COCINA EXTREMEÑA

Óleo/tabla, medidas: 65 x 81 cm., año 2007, autor: José Higueras Mora 

Habían pasado muchos años. Ahora estaban de nuevo en esa tierra que les parecía desconocida. Eran muy pequeños cuando sus padres decidieron partir a buscar un trabajo mejor a otro país. Allí era muy difícil poder vivir, no tenían ni lo más básico. Fue una decisión dura… pero acertada.
Ellos fueron creciendo, acudiendo al colegio, aprendiendo el idioma. Apenas se dieron cuenta del cambio experimentado. Lo peor fueron sus padres que tuvieron que trabajar duramente para sacarlos adelante. No era fácil estar en un lugar desconocido, sin familia, con otro idioma…
Al principio no podían volver ni aún en vacaciones. Era preciso ahorrar para luego poder llegar con algo de dinero y conseguir de nuevo todo lo que habían perdido.
Así fue, pasados tres años de nuevo volvieron a su tierra, al lugar que les vio partir. Todo les parecía raro, distinto, en cambio todo estaba igual. Todo menos la familia, aquellos padres y abuelos habían envejecido. Mirándolo bien no era mucho tiempo pero… quizá el sufrimiento al saber que sus hijos estaban lejos.
Así fue pasando el tiempo, los años. Se acostumbraron a estar en aquel país tan distinto al suyo, pero dónde les habían acogido muy bien. Se sentían en su casa, con los mismos amigos del principio, y ahora ya venían todos los años a su pequeño pueblo extremeño.
Un día recibieron un telegrama con una mala noticia, la abuela había fallecido. Tenían que venir. Ya solamente quedaba ella de todos los mayores. Después del entierro de nuevo el regreso a su casa, al rincón que ahora era como suyo.
De nuevo estuvieron unos años sin volver ¿para qué? Ya no quedaba nadie de ellos, todos estaban fuera, cada hermano por un lado del mundo. No era fácil llegar y encontrar aquella casa sin nadie.
Un verano, cuando ya el tiempo casi había curado la herida decidieron tornar.  Al abrir la puerta un fuerte olor les descubrió todo el polvo que había. Olía a cerrado, a soledad, entraron, miraron por todo, seguramente no podían dormir allí aquella noche, debían limpiar bien. Dejaron las maletas y se dispusieron a preparar todo, entre todos. Abrieron las ventanas. Era necesario ventilar. Aquel olor traía recuerdos del pasado.
Entraron en la cocina, al abrir la ventana vieron la mesa. Estaba intacta, como si alguien hubiese estado limpiando aquel trozo todos los días.
La mesa dónde acostumbraban a comer sus padres siempre, al mismo tiempo que la utilizaban para poner las cosas de la cocina, de esa forma la abuela se encontraba más cómoda. En ella la sartén estaba en su sitio, la aceitera aún guardaba el mismo aceite, los membrillos del jardín se habían conservado como si estuvieran recién cogidos del árbol. La abuela tenía costumbre de dejar uno dentro de aquella enorme copa que siempre le había gustado a la nieta cuando era pequeña. La calabaza del abuelo, colgada en la vieja pared. Miraron… no se atrevían a tocar el pan, parecía estar tierno. Se acercaron y pudieron comprobar que estaba como una piedra, pero eso sí, no había perdido el color, era como si aquello hubiese permanecido esperando a que llegaran ellos para recordar que allí estaba su casa, su lugar, sus recuerdos.
Aquella noche el matrimonio hizo nuevos planes, estuvieron hablando largo rato. Por la mañana hablarían con sus hijos. Eran mayores, habían crecido, tenían unas carreras, sus parejas. Todo marchaba bien ¿para qué esperar entonces?
Se sentaron en la mesa para desayunar, el humeante café desprendía un acariciante aroma, además del pan tostado recién hecho.
Hablaron los padres ¡hemos pensado que nos quedamos aquí! Ahora ya sois mayores, no necesitáis de nosotros. Este es nuestro hogar, nuestro lugar. Dejaron de desayunar y se miraron desconcertadamente. No tuvieron contestación que decir, al fin y al cabo tenían derecho a pensar así. Habían luchado mucho. Ahora ya les había llegado el momento de descansar y ¿dónde mejor que en su rincón extremeño? La casa que fue de sus ancestros.
Se levantaron, y simplemente les dieron un fuerte abrazo. Aquella mesa, en la cocina con todos los componentes intactos les había indicado donde estaba su lugar.

Higorca


sábado, 27 de abril de 2013

DOS FILANTROPOS EN LAS TABLAS DE DAIMIEL 21/04/2013

Alejandro y José Higueras Mora en el Molino Molimocho

El río Guadiana entrando en Las Tablas de Daimiel


 Pisar las tablas esta primavera es sentir como… que algo ha vuelto a renacer. Cuando vine a conocer, a vivir a esta tierra, mi mayor desilusión fue ver el río Guadiana a su paso por Alameda de Cervera.
Estaba seco total – ¡es que pasa por debajo del suelo! – me dijeron. Por el subsuelo, me dieron a entender.
¡No comprendí muy bien ya que podía ver el cauce por dónde debía correr su agua! Pasaron los años y al final me creí aquello. Aún pensando el porqué un río tan caudaloso por el resto de España podía estar seco en su principio – ¡Más allá están los ojos que vuelve a salir! – en fin las gentes del lugar debían saber mucho más que yo.
Claro que llegamos en los años más secos de La Mancha, quiero decir años que llovieron muy poco.
Más tarde me aficione a visitar todos los humedales manchegos. Me gusta el agua, soy de agua. Me siento feliz cuando puedo ver que hay vida dentro de ella. A veces en un simple charco vemos como miles de pequeñísimos “animalillos”, parece que están jugando al “corre que te pillo”.
Claro que pensar que La Mancha es un lugar seco es no conocer bien la tierra. Podemos encontrar un sin fin de lagunillas, lagunas, charcos, tablas, etc. parecen ojos salidos de un fondo.
Habitamos justamente entre las lagunas de Villafranca de los Caballeros y las Tablas de Daimiel. Las dos las visitamos por igual. Me gusta sentarme dónde pueda ver el atardecer dorado. Atardeceres inmensos, de un cielo inigualable, solamente molestado por las aves que presurosas llegan buscando su lecho de amor entre los árboles que podemos encontrar en las pequeñas islas que hay dentro de las magnificas tablas.
Ahora el Guadiana está contento al inundar tan hermoso lugar, sus aguas corren raudas dejando su rastro, dando vida, alimento a tantos seres vivos como protegen. Entrar y tener la oportunidad de pisar sin lastimar tanta belleza.
Creo que…  me pareció notar como los viejos y cansados tarayes que yacen en el suelo, sonreían al sentir el beso del agua en sus pies, dando la bienvenida a las nuevas hijas, a las nuevas ramitas, resistiendo morir.
El Guadiana nos hace feliz. Sus aguas se pierden abajo buscando otras tierras, dando riqueza a su paso.
Mientras podemos ver unas cuantas canoas paseando por él, jóvenes que están festejando una primavera inusual en esta rica y hermosa tierra.


Higorca 

martes, 23 de abril de 2013

MI AMOR POR LOS LIBROS

Óleo del maestro José Higueras Mora


Sobre la mesa un montón de libros. Se puede escoger uno y empezar a leer. Cualquiera es bueno. El niño no sabe cual elegir, quizá espera que el padre le ayude a escoger.
Mira a un lado y al otro, no hay nadie y…
Por fin se decide por uno al mismo tiempo que se pregunta - ¿será de aventuras? Empieza a hojear primero. Lee alguna estrofa entre una página y otra. Parece que le gusta. Mientras… el padre mira sin ser visto. Está cansado de ver a su hijo jugar a los marcianitos y mirar la pantalla de la televisión.
Nunca le ha visto con un libro en las manos - ¡con lo importante que son! – musita el hombre - ¡Tengo que cambiar esto!
Sube a la buhardilla dónde guarda los libros que él leía cuando era pequeño, están llenos de polvo, cogiendo unos cuantos los limpia para ponerlos sobre la mesa esperando que aquel joven se atreva a tocar alguno ¡Simplemente eso tocar las tapas de uno!
Después de mirar y leer unas cuantas palabras el muchacho, se acomoda en un sillón y empieza por el final - ¡Excelente! Piensa el padre, ha empezado bien, como todos. Así se empieza cuando se coge el primer libro, se leen las últimas hojas y después…
Le gustan al chico aquellas aventuras de los Cinco. Claro que son de su padre cuando era como él… ¡no, mucho más joven! Entonces no había televisión todavía se disfrutaba con los tebeos, o los libros, muchos sentados en la acera - ¡no había tantos peligros como ahora!
El padre entra en la habitación, tan ensimismado esta el muchacho que ni se da cuenta de su “intromisión”, él lo mira atentamente, por un momento se siente orgulloso de su hijo y de su “hazaña” al poner los libros sobre la mesa sin decir nada, de lo contrario estaba seguro que no le hubiese hecho caso y no lo hubiera tocado. Él quería eso, que tocase el papel, que notase el aroma de un libro y sobre todo de esos que tantos recuerdos tenían.
Uno le vino a la memoria, estaba seguro que también conservaba la lupa de su padre, la buscaría.
De pronto el hijo levanta la cabeza y se da cuenta de su presencia, sonríe tímidamente no sabe si eran para él o está cometiendo algo grave pregunta enseñando lo que tiene entre las manos - ¿puedo?
El padre se acerca y sentándose a su lado le hace un gesto afirmativo para decir - ¡claro, es un regalo, hoy es el día del libro, disfruta de la lectura y no lo olvides: un libro entre las manos es un enorme tesoro! Le da un beso en la frente y sale sonriendo, por esta vez ha ganado la cordura ¡espero que siga para siempre!

Higorca

jueves, 11 de abril de 2013

SOBRE LA MESA

Óleo del maestro José Higueras Mora

La tarde avanzaba, el otoño estaba cerca y los árboles ya lo notaban. Sus ramas se iban quedando desnudas y el suelo estaba cubierto por una alfombra marrón que al pisar parecía que alguien se lamentaba.
Los hombres habían ido a pescar, querían quedarse a pasar la noche en la vieja casa que tenían cerca del río. Les gustaba de vez en cuando quedarse en la soledad del lugar. Cada uno con sus pensamientos parecía que estaban haciendo un repaso a su conciencia.
Al llegar a la casa encontraron unas cuantas cosas que todavía seguían en el mismo sitio que los pusiera la abuela ¡De eso hacia unos cuantos años!
Recordaban todo muy bien. Aquella botella era de vino- ¿no recuerdo quien se la regalo?- habían brindado en su cumpleaños – ¡creo que fueron ochenta y cinco! - luego ella la guardo vacía como si hubiese sido el mejor de los regalos. Todavía seguía en el mismo sitio, nadie se atrevía a tirarla y eso que había pasado mucho tiempo de la muerte de la abuela.
Aquella jarra de bronce les trajo una sonrisa, a la abuela le gustaba tanto que siempre la  colocaba en la mesa con unas flores. - Era su decoración favorita –
Salieron al jardín el limonero estaba cargado de fruto, fueron a buscar un frutero y lo llenaron. Tenían una fragancia sin igual, la casa se inundo de ella. Lo pusieron sobre la mesa antigua – espera ponemos un paño de cocina, lo juntamos todo y hacemos una foto, seguro que a mamá le hace ilusión.-
Abrieron un cajón, todo estaba en orden, bien puesto, sacaron uno de aquellos paños.Colocaron todo sobre ello, hasta el pescado de la cena, quedaba bien, de pronto sus ojos tropezaron con una cebolla que ya se había “grillado”, también la pusieron. Arrimaron la mesa debajo de aquella ventana que hacía muchos años que no se abría.
Miraron bien el ángulo, era una buena máquina de hacer fotos. Les gusto, hicieron varias. Era un buen bodegón.

Higorca

lunes, 11 de marzo de 2013

RECORDATORIO 11 DE MARZO, 2004,

Óleo de José Higueras Mora

 Silencio… silencio… todo calla hoy…
Oraciones se oyen como un murmullo
en el andén aquel…
¿Qué fue lo que paso ayer?
¡Aún recuerdo!
Lo llevo grabado en mi piel.

Gritos, fuego, estallidos, sufrimiento
¿Qué está pasando en el andén?
¡Recuerdo que me pregunté!
¡No fue solo una vez!
¿Por qué grita la gente
porque corren también?
Fuerte olor… ¡a muerte se nota que es!
¿Quién pudo ser, porque?

y… pasan los años
y… todos miramos recordando el ayer,
miramos al pasar por el andén.
De todos los labios en susurros,
sale una oración, una plegaria,
y… un beso también
¿Cuántos dejaron su cuerpo
en el tren aquel?

¿Cómo no recordar el dolor
de un once de marzo?
¡me siento estremecer!
¡Lo recuerdo tan bien!
Sentía su agonía sin estar allí.
desdichado atentado aquel
que inundo de sollozos
¡Un tren, otro, y otro también!

Gritos, más gritos, llantos en el andén
Madres que buscan sin encontrar
Padres que esperan respuestas
Hijos que ya nunca besos recibirán
de unos padres… que no volverán
Hierros, más hierros, amasijos…
Azufre… el aire era azufre irrespirable
¿cómo se puede masacrar así?
¡No tengo contestación porque
todavía siento en mi el dolor!


Higorca

jueves, 7 de marzo de 2013

MITAD HOMBRE, MITAD CABALLO

Óleo de José Higueras Mora

Vuela figura mítica…
Mitad hombre, mitad caballo,
¿Eres mitología? O ¿Verdadera?
Cruza las nubes, entra en un reino.
Dónde la verdad sea dicha


Absorta miraba como por el horizonte aparecía una nube algo rara ¿Qué me está pasando? Se preguntó la muchacha que estaba sentada en un banco con un libro en la mano.
Había ido a leer un rato en aquel maravilloso parque que había en el pequeño pueblo dónde pasaba las vacaciones de verano.
La playa estaba  a pocos metros de su casa, pero eso era por la mañana, le gustaba madrugar para bucear con tranquilidad, cuando el mar estaba en calma y apenas había gente.
La tarde era distinta, cuando el calor bajaba solía coger un libro y sentarse a la sombra de aquellos arcaicos árboles.
Pero aquella tarde algo raro estaba pasando, de nuevo miro al cielo, la nube se estaba despejando y pudo ver con claridad la imagen que se acercaba a ella.
Era un caballo… un hombre… ¿qué era aquello?
De pronto vio como bajaba… y ahora sí, ahora veía lo que era en realidad.
¡Un hombre caballo! ¿Lleva a una mujer? ¡Cuánta belleza! De nuevo emprendieron la subida, claro no podían chocar con la torre del reloj ¿a dónde se dirigirán? Era todo tan raro. Cada vez estaba más intrigada. De nuevo volvían hasta dónde se encontraba ella ¿qué querían decir, o hacer?
No se daba cuenta que estaban paseando por el cielo de un azul purísimo, era hermoso ver aquel “cuadro” de una belleza sin igual ¿quién serían? ¿Cómo era posible que un hombre con medio cuerpo de caballo y unas alas paseara a una muchacha?
No entendía nada, pero retrocedió unos años en su mente y recordó aquel libro que un día le entusiasmo ¡era de mitología! Lo recordaba perfectamente ¡era un Centauro! ¡Un bellísimo Centauro con su enamorada!
No sabía si era real, o estaba soñando. Eso sí era una imagen preciosa. Agacho la cabeza le dolía la nuca de tanto mirar al cielo, la sacudió con fuerza. Se levantó preparándose para marchar a su casa. Estaba confusa. No lo olvidaría nunca. De pronto noto que no podía caminar, se encontraba volando, veía todo el pueblo desde arriba, no llevaba ropa y no tenía frío. Noto un suave calor cerca de ella. No se atrevía a moverse, se sentía segura.
Un timbre agudo y persistente sonaba muy cerca de su oreja. Se desperezó y abriendo los ojos se dio cuenta que ya era de día, el sol empezaba a salir. Se levantó y descalza se asomó a la ventana. El cielo estaba limpio, azul, sereno. Indudablemente no había nada raro en el.
Miró a su alrededor y todo estaba bien, igual que todos los días. De pronto escucho una voz que la llamaba ¡Ya voy mamá!
Todo había terminado, suspiro diciendo ¡un bello sueño!

Higorca

jueves, 17 de enero de 2013

EL NIÑO ESCARABILLERO


Óleo de José Higueras


Se quedaba absorto mirando a su alrededor. El escarabillero, solamente era un niño. A sus ocho años ya sabía muy bien lo que era pasar hambre.
Eran los años de la posguerra en España. Había poco dinero, poca comida, poco de todo. Si a eso se le añade que el cabeza de familia era un poco inestable, todavía resultaba más difícil la vida.
Por eso en aquella casa todos los miembros de la familia desde que apenas empezaban a “balbucear” debían arrimar “el hombro”. No importaba niño o niña. Lo más importante era comer y para eso era necesario tener un poco de dinero, y para conseguirlo había que trabajar.
En el lugar donde vivía, se explotaban unas minas de carbón. En  aquella época era la energía que más se utilizaba para guisar, y para calentarse en el frío invierno que por aquellos montes tenían.
La familia no tenía dinero para comprar aquel preciado mineral. Solamente había otra forma de poder obtenerlo, además también, de poder vender a todos aquellos que lo necesitaban y se lo pedían. Una buena forma de conseguir unas monedas, y poder adquirir un poco de comida.
Después de desayunar (Cuando había en su casa leche, que no era todos los días) la madre de Luisito, lo lavaba y lo peinaba ¡Eso sí! Ya que era imprescindible enseñar una educación a los hijos aún siendo muy humildes. Así, después del aseo su madre lo mandaba a escarabillear iba a la puerta de la mina o por los alrededores.
El niño cogía una espuerta de esparto que pesaba más que él y arrastrándola se iba a buscar aquellos pequeños trocitos de carbón. Era cómo migajas de aquel negro combustible. Así pasaba toda la mañana para volver al mediodía a casa donde poder comer un plato de arroz con una patata, la más de las veces sin ningún tipo de grasa, ni aceite.
Por la tarde la madre vendía la parte más importante de aquellas pequeñísimas piedras que cuando estaban al sol brillaban intensamente, tanto que se podían confundir con pequeños brillantes ¡qué suerte hubiera tenido aquel niño de encontrarse un trozo de aquella preciosa piedra! Pero la realidad era otra muy distinta. La pobreza reinaba en su humilde casa.
Su madre nunca le llevaba sucio, y mucho menos con manchas. Aún con los pantalones llenos de remiendos, los planchaba. Los domingos y días de fiesta, llevaba otros nuevos que su madre le hacía quedándose por la noche a coser.
Cuando otras personas le daban ropa ya usada, pero que se les había quedado pequeña a ellos, o a sus hijos, ella con todo cariño las descosía, y aquellas piezas las ponía a medida de su hijo. Pantalones, camisas y muchas veces abrigos o chaquetas.
Luisito se daba cuenta de ello y ayudaba todo lo que podía ya que su padre pasaba largas temporadas fuera de casa, sin saber nada de su paradero. Mientras que su madre lavaba ropa de los lugareños. La avisaban para que pasase a recogerla luego iba a un lavadero que había en las afueras de aquel pueblo, lo peor era el invierno, tenía que romper el hielo para poder lavar. Llegaba a casa con las manos moradas de tanto frío. Una vez seca toda la colada, la planchaba y entregaba de nuevo a cada una de aquellas casas.
Era una vida muy dura. Luisito casi no tenía tiempo para jugar, pasaba largas temporadas sin ir al colegio. Cuando no hacía una cosa era otra, pero lo importante era esa pequeña ayuda que él aportaba a su casa. A su madre, que tanto quería.
Una mañana de aquel verano intensamente caluroso. Unos cuantos chicos llegaron a la boca de la mina, todos llevaban una cesta o cubo para llevar el carbón a su casa, se conocían y jugaban muchas veces en la calle con las canicas o simplemente con un trozo de madera que, según ellos era la espada.
Al lado de la mina había un río ¿Un río o un pantano? Normalmente no había ningún peligro. Muchas veces se bañaban y jugaban dentro del agua. También aquella mañana, decidieron que se bañarían, acostumbraban a tirarse por las paredes del embalse como si de un tobogán se tratara. Los niños se reían y hacían carreras para ver quien llegaba primero abajo, y luego subía antes.
Aquella mañana cuando el primero de ellos, que era Luisito, por ser el más atrevido, estaba ya abajo, abrieron las compuertas y el agua contenida salió con una rapidez impresionante. Los amigos miraron a ver si su amigo que se encontraba en el fondo se veía. Era imposible, y Luisito no podía salir, parecía como si un pozo se lo quisiese tragar.
Miraba para arriba y veía una luz muy blanca. – ¡Creo que durante un buen rato! - O ¿fueron minutos, segundos… y a él le parecieron horas? Escuchaba a lo lejos como sus amigos lo llamaban.
Agarrándose a las paredes como pudo y guiado por la luz y los gritos fue saliendo. Cuando ya llegaba arriba noto como unas manos tiraban de él. Extenuado cayó al suelo sin sentido y completamente morado.
Fue difícil hacer que volviera en sí. Los niños seguían, y seguían moviéndolo para que les hablara, no se atrevían a correr para ir a pedir ayuda, tampoco querían que se enteraran sus padres. Al final Luisito volvió en sí, abrió los ojos y miro a su alrededor, sin pensarlo se puso en pie y se encamino a su casa.
Aquel día llego tarde y sin carbón. La explicación que dio fue que no había encontrado ninguna de aquellas piedras. No quiso comer, no podía. Pidió  permiso y se acostó ¿qué raro? Pensó su madre.
La realidad es que nunca llego a enterarse de lo ocurrido. Luisito creció y se cambiaron de región. Pudo ir al colegio y aquello quedo en una tremenda aventura que le causo un fuerte trauma, jamás se acerco al mar.

Higorca